¿Sabes que hay historias inventadas hace cientos de años que han llegado a nuestros días sin estar escritas? Son los cuentos populares, relatos que han pasado de abuelos a nietos a través de los siglos con el único apoyo de la transmisión oral.
En este espacio vamos a incluir algunas de esas historias por si no encontraste a nadie que te las contara o, simplemente, para recordar las que a ti te enseñaron tus padres o abuelos.
Son, en la mayoría de los casos, cuentos universales (que no pertenecen a un lugar concreto), aunque en el sitio donde los cuentan les suelen añadir detalles de personajes conocidos; también son anónimos (no se conoce su autor), pero quien los escucha y los vuelve a contar los hace suyo como si los hubiera inventado; y son antiquísimos, pues enlazan con relatos que ya se contaban hace tres mil años en culturas importantes como la griega, la india, la egipcia...
Los siguientes han sido grabados a abuelas y abuelos por profes del colegio:
PICO ROJO Y MALA UVA
(contado por Francisco Castro)
Picorrojo era una cigüeña algo desgarbada y bonachona que
tenía su nido en la copa de un árbol muy alto. Debajo, entre las raíces del mismo,
tenía su madriguera una zorra astuta y malintencionada a la que todos conocían
con el nombre de Malaúva. En el tronco del árbol, en una oquedad, vivía un búho
muy amigo de Picorrojo.
Aunque Picorrojo y Mala Uva se trataban de comadres, la
zorra decía cosas a la cigüeña y le hacía jugarretas que el búho veía con malos
ojos.
Un día, Malaúva invitó a su comadre a unas gachas que sirvió
en una loza muy llanita muy extendidas por lo que la pobre cigüeña no conseguía
coger nada a cada picotazo y la zorra, con su lengua, se las zampó todas.
Don Búho veía estas cosas y se enfadaba mucho, así que subió
al nido de su amiga y muy calladamente le propuso un plan que la cigüeña puso
en práctica enseguida: fue al cañaveral, cortó un canuto lo suficientemente
gordo como para que cupiera en él su pico, invitó a su mala amiga a unas gachas
y las sirvió en el canuto.
Cada vez que la cigüeña metía el pico sacaba una buena
porción de gachas, en cambio doña vulpeja no podía sacar nada con su lengua.
Viendo Esto la zorra, cogió el canuto con sus fuertes
mandíbulas, lo cascó y se comió las gachas. Don Búho miraba muy enfadado lo que
estaba ocurriendo, y estuvo toda la noche pensando qué hacer para escarmentar a
la malintencionada zorra.
Al otro día, volvió a subir al nido de Picorrojo y muy
calladamente le explicó un nuevo plan.
Al día siguiente, Picorrojo llamó a su comadre y muy
contenta le dijo:
-Comadre, me han invitado a una boda en el cielo, ¡Cuánto me
gustaría que usted viniera! Habrá pollitos dorados, cerditos al horno, gallinas
en pepitoria, abundante queso y qué sé yo cuántas cosas más.
A la zorra se le hacía la boca agua y arañaba el suelo de
coraje viendo que ella no podría ir, pero la cigüeña, siguiendo el plan trazado
por el búho, le dijo:
-Si usted quiere, puede venir conmigo. Se sube usted sobre
mí, se agarra bien a mi cuello y en un periquete estamos allí.
A la zorra, con tal de darse un hartón, no le pareció mal y
dijo que sí.
-Pues como la boda es esta tarde –dijo la cigüeña-, tenemos
que salir ya.
Así que bajó del nido, se posó junto a la madriguera, se
subió la zorra, se agarró como pudo y para el cielo.
Cuando ya estaban a bastante altura, preguntó Picorrojo a
Malaúva:
-Comadre, ¿usted tiene pulgas?
-¿Por qué?
-Porque debe haberme pegado las pulgas; me pica mucho la
espalda. Agárrese bien, que me voy a sacudir.
Tal sacudión se dio la cigüeña que la zorra, aunque se llevó
un buen puñado de plumas entre sus garras, se cayó al vacío. Menos mal que tuvo
la suerte de caer encima de un arbusto muy frondoso y de copa muy apretada y
esto le salvó la vida.
Cuando llegó a la madriguera y le preguntó el señor búho que
cómo le había ido, la zorra, mirando hacia arriba con la peor uva de que era
capaz, se limitó a contestar:
-Bien, bien, pero si de esta escapo y no muero, no iré a más
bodas en el cielo.
(Contado por Francisco Castro Salvatierra)
LA ZORRA DEL RABO LARGO
(contado por Ana Salas)
Había una vez una zorra que tenía un rabo muy largo. Iba por
una calle cuando vio una barbería y dice:
-Yo me voy a cortar el rabo, que ya estoy cansada de mi
rabo. ¡Señor barbero, córteme usted este rabo!
El barbero se lo cortó y la zorra se fue calle abajo y ya no
llevaba rabo. Pero cuando iba por la calle dice:
-¡Uy! Me voy a volver a por mi rabo, que estoy arrepentida
de habérmelo cortado. (Señor barbero, usted me da mi rabo ahora mismo!
-Pues ya lo he tirado a la basura y no se lo puedo dar.
-Entonces me tiene que dar unas tijeras de esas tan grandes
que tiene ahí.
-Bueno, pues tome las tijeras porque el rabo ya no se lo
puedo dar.
La zorra se fue calle abajo con las tijeras y vio a un
pescador que estaba limpiando el pescado con las manos. Y le dice:
-Pescadero, ¿qué está usted haciendo?
-Hija, que no tengo nada para cortarlo y aquí estoy
limpiándolo con las manos.
-Tome usted las tijeras para limpiarlo mejor.
Y al ratito, cuando la zorra iba calle abajo, se arrepintió
también:
-Voy a ir al pescadero y le voy a pedir mis tijeras, porque
si no me voy a quedar sin todas las cosas.
Y se volvió y le dice:
-Pescadero, deme usted mis tijeras que yo me he arrepentido.
-Pero es que las tijeras ahora no las encuentro, se me han
perdido entre el pescado.
-Pues me tiene que dar usted un pescado, el más grande que
usted tenga.
- Pues tenga, pero las tijeras no las encuentro.
La zorra siguió calle abajo y oyó que en un colegio estaban
llorando unas niñas:
-¡Ay, qué hambre! ¡Ay, qué hambre!.
Y dice la zorra:
-Señá maestra, ¿qué les pasa a estas niñas?
-Pues mire usted: que tienen una hambre... y no tengo nada
que darles de comer.
-Pues tome usted este pescado y se lo guisa, que se harten
de comer.
Y le dejó el pescado también.
Y se va y sigue andando, andando, y dice:
-Con lo bien que me hubiera comido yo mi pescado.
Y se vuelve y dice:
-Señá maestra, que me he arrepentido y vengo a que me dé
usted mi pescado.
-Pero el pescado se lo han comido ya las niñas y no se lo
puedo dar. ¿Qué quiere usted que yo le haga ahora?.
La zorra contestó:
-Pues la niña más guapa que usted tenga me la tiene usted
que dar.
-Vale. De todas formas, tengo tantas aquí, sin comer, que lo
mismo me da.
Y se la dio y con ella siguió la zorra para abajo. Por el
camino se encontró a un hombre vendiendo tambores y le dice:
-Tamborero, ¿cómo va usted tan cargado?
-Hombre, es que no tengo a nadie que me ayude.
-Pues mire usted, esta niña le puede ayudar. Si le hace
avío, quédese usted con ella.
Y le dio a la niña.
Pero cuando siguió para abajo, dice la zorra:
-¡Habré estado tonta! ¡Digo, con la niña tan linda que era,
habérsela dado yo!
Se volvió y cuando encontró al tamborero le dice:
-Que vengo a recoger a mi niña porque me he arrepentido. Así
que me da usted a mi niña.
Y el tamborero le contesta:
-Pero mire usted, la niña no sé yo dónde está. Se ha ido por
las calles y no sé dónde está ahora mismo.
La zorra le dice:
-Pues me tiene que dar usted un tambor de los más grandes,
el que suene mejor.
-Bueno, tome usted el tambor. ¿Qué voy a hacer yo?.
Se fue la zorra para abajo, para abajo, y dice:
-Yo ya me he cansado.
Se sube en lo alto de una peña muy grande, muy grande, y se
pone:
"De mi rabo unas tijeras.
De mis tijeras un pescao.
De mi pescao una niña.
Y de mi niña un tambor.
Pon porrompompón.
Pon porrompompón.”
EL PASTORCITO Y EL REY
(contado por Marisa del Poyo)
Había
una vez un rey que estaba muy triste porque no tenía hijos. Un día escuchó
hablar de un pastorcillo que era muy listo y quiso conocerlo. El rey le dijo
que si era capaz de contestarle a tres preguntas lo llevaría al palacio a vivir
con él. El zagalillo le dijo que estaba de acuerdo y el rey le hizo la primera
pregunta:
-¿Sabes
cuántas gotas de agua hay en el océano?
El
muchacho pensó un instante y le contestó:
-Que
paren el agua de los ríos para que no entren más gotas y yo las contaré.
El
rey se dio por satisfecho con la respuesta y le hizo la segunda pregunta:
-¿Sabes
cuántas estrellitas tiene el cielo?
El
niño contestó:
-Setecientos
cincuenta y tres mil millones.
El
rey le dijo que no lo creía, así que el muchacho le respondió que las contara
él para darse cuenta de que era verdad. Y el rey, viendo que no sería capaz,
pasó a la tercera pregunta:
-¿Y
sabes cuántos segundos tiene la eternidad?
El
niño miró a lo lejos y, viendo que un gorrión se estaba afilando el pico en lo
alto de una montaña, dijo:
-Cuando
el pájaro haya gastado la montaña habrá pasado el primer segundo de la
eternidad.
El
rey se quedó asombrado y se llevó al muchacho al palacio. En el camino le
preguntó si creía que le gustaría vivir con él, y el zagal le contestó que esa
era ya otra pregunta y que le respondería cuando pasaran algunos años.
La
verdad es que el niño vivió muy feliz en el palacio durante mucho tiempo porque
el rey lo trató como si fuera su hijo.
Que cuentos tan divertidos e imaginarios, claro algunos cuentos tristes y asombrosos. NATALIA.
ResponderEliminarMe gusta muchísimo el primer cuento, el de "Pico rojo y Mala uva", es muy divertido, me encanta!! Y es el que llevo leído por ahora, a ver los otros que tal! 😉
ResponderEliminarEstrella (sexto)